Escrito por Carlos Citoler.

Demasiado azúcar para una mente atormentada estos últimos días, de felicidad obligatoria y falsos anhelos de un mundo mejor,…Tras el aluvión de buenos deseos y memes subidos de tono en blanco y rojo, con la glucosa en sangre disparada, echamos mano de las últimas fuerzas que nos quedan y encaminamos nuestros pasos hacia la casa del señor, en busca de consuelo espiritual y sanación mental.
La misa negra va a comenzar…
La tormenta que nos acompaña deja paso a unos hipnóticos cantos salidos de otro tiempo, que no os atraen y tiran de nuestras voluntades dejándolas a su merced. Avanzamos lentamente, en una interminable fila de pecadores, prestos a ocupar nuestro lugar en la liturgia. Con una precisión enfermiza se unen a la bienvenida las percusiones de una cristalina sección rítmica que no dejará de acompañarnos durante toda la eucaristía, secundada por unas guitarras, agazapados de momento, esperando el momento de atacar. Y ese momento llega, precedido por el toque de lúgubres campanas, que anuncian que los Ritos Iniciales han dado comienzo…
Se desata la locura, y el otrora marcial ritmo que la batería marcaba a nuestra llegada, atrayéndonos como moscas a la miel, torna en enloquecido torrente de blast beat cristalinos y atronadores. Por su parte, el juego de riffs asesinos que practican las seis cuerdas se erigen como protagonistas de este «Twilight of the Flesh», tema que abre está misa negra a la que gustosos vamos a asistir.

Arioch, maestro supremo de ceremonias, y casi único protagonista de la liturgia, desata tal vendaval de ira y destrucción a las voces, jugando con nuestro miedo, que ya nos es imposible dar marcha atrás y abandonar el lugar.
El rito ha comenzado.
La Liturgia de la Palabra continúa la ceremonia, empezando esta vez por lo que podría considerarse el nuevo testamento, hecho carne en «Apokalypticon», una demostración del nuevo Black Metal 2.0. Arioch nos arenga desde el púlpito, jugando con mil registros de voces, a cada cual más asesino, mientras las guitarras nos acorralan con sus riffs amenazantes, prestas para la picadura final, como si de una temida plaga bíblica se tratase. En ti creemos, señor,…
El nuevo testamento nos lo trae «In Here», más clásica dentro del black, aunque no por eso menos devastadora. Sin solución de continuidad, empalmando tema a tema, sin dejar descanso ni para intentar tomar algo de aire, seguimos a merced de unas percusiones que manejan el tempo a su antojo, unas lascivas guitarras y una maldad y angustia que hace que el final de este blasfemo tema nos haga hincar rodilla al suelo e implorar perdón.
La Liturgia Eucarística se abre con «Children Of The Urn», dándonos la bienvenida un coro de voces blancas rodeadas de la maldad que el maestro de ceremonias nos tiene acostumbrada.
Sublime comunión de la inocencia de la niñez con la maldad de la madurez, preparándonos para el momento clave de la ceremonia.
No sin antes purgar nuestras faltas con «Hooks of Hunger», un ejercicio de autoflagelación, dolor de los pecados y propósito de enmienda, a ritmo de endiablados e inhumanos blast beat y riffs demoníacos que condenan nuestra alma sin remedio. Oh, yo pecador,…

Un gélido viento nos da la bienvenida a «Deiform», la culminación. La comunión de todos los asistentes con el credo de este oscuro pastor, a ritmo de una demoledora batería que va guiando nuestros pasos a través del pasillo de la nave central, dirección al altar.
Desde su púlpito, el maestro de ceremonias observa victorioso a su rebaño, mecido por juguetonas guitarras que tornan en cuchillos si alguna de las ovejas osa descarriarse a estas alturas,…

Renacidos a la nueva oscuridad, los Ritos de Despedida se hacen carne en «Into Ashes», que nos da la bendición final a ritmo endiablado, más si cabe todavía, entre voces no humanas y riffs divinos. La catarsis es colectiva y ya no estamos solos y desvalidos en este oscuro mundo, formamos un todo, maleable a su antojo en las manos del maestro Arioch.
Solo el redoble de campana que cierra la ceremonia es capaz de sacarnos de este trance de casi una hora en el que, voluntariamente, hemos entrado, devolviéndonos al mismo oscuro y decrépito mundo que habíamos dejado tras.
O tal vez todo fue un sueño, nada de lo vivido fue real, y se trate de uno de esos manidos cuentos de Navidad a los que se les ha pasado la fecha de caducidad.
Tal vez no sea la mejor elección escoger este trabajo para darle una escucha la noche de Navidad, o tal vez si. Igual todo es debido al exceso de champán, aún cuando las botellas continúan todavía sin descorchar. O quizás por el exceso de forzada felicidad de estas fechas, tan entrañables como prescindibles.
No lo sé, y sinceramente, tampoco me importa. Solo sé que, sea lo que sea, en FUNERAL MIST, YO CREO.

