Crónica THERION 28.02.24 (sala Salamandra, BCN)

Por Jimmy Escorpión

En algún otoño vigués del cambio de siglo, entre los colegas juntamos unas pesetiñas para regalarle a mi amigo el Unt (y a su gemelo que, azares de la biología, cumple el mismo día) el majestuoso “Vovin” de Therion. Nosotros éramos unos adolescentes llenos de entusiasmo y vitalidad, Tipo era una tienda asequible y Therion, una banda gozando de su momento dorado, que portaba orgullosa la bandera del metal sinfónico.

Este miércoles fui con el Unt a ver a Therion a la Sala Salamandra. Han pasado dos décadas y media. El Unt está gordo y yo calvo. Hace años emigramos a tierras catalanas a ganarnos el pan. Las tiendas Tipo ya no existen. La moda del metal sinfónico hace años que acabó en pura pesadilla y Therion llevan los últimos 15 años sacando discos que ya no le importan a casi nadie. Aún así los tres somos felices. Therion, el Unt y yo, me refiero. Porque seguimos siendo tan gilipollas como hace 25 y nadie nos va a convencer de otra cosa. Seguimos manteniendo el interés durante dos horas mientras remedos de sopranos y tenores nos cantan sobre civilizaciones extinguidas y mitologías esotéricas, crossover de fascículos de National Geographic y Año Cero. No sólo eso, sino que en algunos tramos llegamos a emocionarnos y, sin rubor, hacemos los cuernos y nos damos alguna palmada viril. Que dure otros 25 más, compadres.

Aterrizamos en la Salamandra cuando ya estaban acabando “The Blood of Kingu”, con la que vienen abriendo en esta gira. Vale que nos entretuvimos con las birras de calentamiento pero, coño, empezaron antes de la hora. Volviendo a los 90 en Vigo, antes todos los conciertos comenzaban muchísimo más tarde de lo agendado. Recuerdo uno de A Palo Seko en que, antes de tocar, esperaron sin toser a que se jugara entero un Celta – Mallorca que retransmitían por la TV del bar. Ahora que nos hemos europeizado (en esto de los horarios, lo de los salarios queda para luego), los bolos empiezan tan temprano que, a veces, lo hacen incluso antes de tiempo. Aún sigo enfadado por aquel de Geoff Tate el año pasado, que cuando llegamos ya se habían despachado medio álbum “Rage for Order”. En cualquier caso, lo de este miércoles fue merecido porque directamente sudamos de los teloneros, que seguro merecían nuestro apoyo y atención pero, lo dicho, somos gilipollas.

Es cierto que Therion en concierto llevan mucho material pregrabado. Llevan tantos pregrabados que en algún momento, sorprendiéndome de que el paquete del Unt pareciese que abultaba demasiado, tuve que palparlo para asegurarme de que no estaba también pregrabado. No se puede discutir que el abuso de estos recursos resta autenticidad y frescura a la experiencia del directo. Pero tampoco nadie podía esperar que por 33 pavos nos fuesen a traer a la Filarmónica de Viena a acompañarles. Y, hay que decirlo también, donde nosotros estábamos la banda sonó limpia y cristalina como pocos conciertos recuerdo en la sala (y esta era mi decimoquinta visita).

También es razonable que mucha gente opine que Therion es una banda de estudio. Además de la ingente cantidad de arreglos que vuelcan en sus discos, aceptemos que su líder, dueño y cerebro, Christopher Johnsson, tampoco es un guitarrista que destaque por su interpretación, dentro de los exigentes estándares del género, más teniendo en cuenta las limitaciones que le producen sus recientes problemas de salud. No obstante, las dos veces que los he visto (y esta sobre todo, con sus dos generosas horas) me dejaron más que satisfecho y demostraron que es la presencia y carisma de Christopher el verdadero alma de su actuación.

El repertorio fue variado y recorrió todas sus épocas, con la clamorosa salvedad de la etapa pre-Theli, condenada al ostracismo para lamento de los seguidores de aquellos tiempos que fueron sus más oscuros y genuinamente primitivos. Igualmente, durante ese repertorio hay tramos que me resultan francamente aburridos. Y no me refiero a las dos atrevidas versiones consecutivas de chansons françaises de los 60, que sí me convencieron, sino más bien a temas recientes con cuya pomposidad forzada no acabo de enganchar.

Eso sí, se tocan “The Siren of the Woods” y me quedo 10 minutos sumido en un éxtasis teresiano. Me teletransporto a aquellos días de vino y rosas. Siempre fue mi tema fetiche de ellos. Y aquel Theli de 1996, probablemente su momento más glorioso, aunque su portada se cuente entre las peores de todo el metal. La traca final también es soberbia: “Son of the Staves of Time” (divina la voz de Lori Lewis), la épica “The Rise of Sodom and Gomorrah” (aunque dopada inevitablemente por los pregrabados) y el clasicazo “To Mega Therion”, esperada rúbrica de un concierto que, como os contaba, nos dejó muy satisfechos.

Se baja el telón, el círculo se ha cerrado y el Unt y yo nos volvemos a nuestros respectivos hogares, a hacer probablemente lo mismo que hacíamos cuando éramos adolescentes. Ya ustedes saben. Pero al menos esta vez habrá sido pensando en alguna deidad sumeria.

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