Cuando el negocio destruye a la pasión: Fallo en Matrix.

Carlos Citoler Delgado.

Las noches de septiembre, mes traicionero que nos recuerda que el espejismo del calor y las vacaciones vividas fueron solo eso, una ilusión, y que seguimos conectados a los mismos tubos por los que alimentamos a la bestia insaciable, a la vez que ésta nos da sustento, suelen ser morada de extraños seres que aprovechan la mágica vigilia que media en la eterna lucha entre el Sol y la Luna, luz y oscuridad, para campar a sus anchas y proponer a los incautos que anden despistados peligrosas partidas de ajedrez. Noches en las que los nuevos fríos del curso escolar matan a dentelladas ese calor que se resiste a hibernar, aún sabedor de que tiene las horas contadas, y emplea sus ultimas fuerzas en intentar asfixiarnos a base de abrasadores zarpazos.

Ella deambulaba sin dirección, y sin saber cómo, acabó devorada por la tormenta de rabia y decibelios que escupían los altavoces a unas horas en las que estos no están acostumbrados a bramar a tal potencia. El dulce placer de abandonar sus sentidos y dejarse llevar por esos «Últimos Sueños», seducida y dulcemente narcotizada por la «Morfina» que inundaba el ambiente, dejó a su cuerpo balancearse lenta y pesadamente por el tortuoso y «bárbaro» camino que la conducía a la irreal posada-templo en la que saciar su hambre, sino corporal, sí espiritual. El anunciado fuego negro amenazaba con arrasarlo todo, y según cuentan los viejos del lugar, quienes sufrieron en sus carnes la ira de los elementos y sobrevivieron a la lóbrega jornada, así fue. El Negro Templario cumplió su promesa y vivía de nuevo para reinar sobre las sombras como lo hizo antaño.

Pero su particular e implacable destino tenía otros planes precocinados para ella, y a la hora fijada, la cruel carroza blanca tocada de verde desesperanza le esperaba lista para partir, conducida por la burlesca figura de aquel extraño cochero, tocado con estrambótico sombrero de copa y maléfica sonrisa perpetua tatuada a fuego en su grotesca faz. Tirada por ratones de laboratorio acostumbrados a caminar sobre la interminable rueda del sinsentido y las apariencias, sabía que era un tren que debería dejar pasar, pero que tenía que coger, aún a riesgo de dejar en tierra su equipaje más preciado.

Una vez acomodada en su trono de reina vencida, la cruel bestia rugió salvajemente, exhalando fuego y azufre, quemando goma y asfalto, sueños y pesadillas, rasgando la fría neblina que en aquella calurosa tarde de septiembre, extrañamente, había invadido la templaría villa, iniciando una marcha imparable hacia tierras desconocidas y mil veces recorridas, donde nada era real, todo apariencia, y donde su cruel destino le tenía preparada la mortal dentellada final.

La sangrienta carroza surcaba el tiempo y el espacio a la misma velocidad con la que la soleada y tenebrosa tarde daba paso a la vacía y luminosa noche, dejando atrás el sueño mil veces imaginado para sumergirla en la pesadilla eternamente repetida. A lo lejos, las artificiales luces y aquel repulsivo olor a vacío que empezaba a inundar el ambiente le confirmaban que estaba llegando a su destino. 

En el momento en el que la bestia, exhausta, exhalaba el último de sus alientos, su gélida cárcel de oro estalló en mil pedazos, empujándola a poner sus temblorosos pies sobre la viscosa superficie que la recibió, regada ya por la condensación de los mas bajos instintos animales que el resto de féminas allí presentes se habían encargado de expulsar, marcando territorio y acotando la trampa con la infantiloide idea de dar caza a su inalcanzable presa. Sabedora de que los crueles ojos del cochero seguían clavados en su nuca, se apresuró a poner rumbo incierto a sus pasos, con la esperanza de que éste pereciese junto a su carruaje y, con el tiempo, su cruel sonrisa solo fuesen para ella un mal sueño del pasado.

Con desgana, y a duras penas, consiguió abrirse paso, seducida por las llamativas y atrayentes luces de neón que protegían a la presa de la jauría de hembras hambrientas que se mantenían al acecho, estudiando todos y cada uno de los movimientos de su pretendida cena, mientras ponían en juego todo su oxidado arsenal de armas de seducción masiva. Y atraída, porqué no decirlo, por ese tímido destello de claridad que muy de vez en cuando, una guitarra acorralada en uno de los extremos del escenario dejaba entrever. Mientras apartaba de su tortuoso camino a hembras en éxtasis total, no dejaba de preguntarse cómo era posible que estos «reconocidos artistas», tan alejados en principio de todo lo que sonase remotamente a orgánico, fuesen capaces de hacerse con los servicios de los músicos más diestros en sus instrumentos. La respuesta la tendría más tarde al alcance de su mano,…

La cantinela de sonidos vagamente reconocidos, más que por gusto, por agotamiento en la repetición, se fueron sucediendo y ella no podía dejar de fijar su mirada en aquella bestia enjaulada de seis cuerdas, acechante a cada mínima oportunidad de protagonismo y presta a hincarle el diente a alguna de aquellas calientes cazadoras, aprovechando que muchas de ellas ni siquiera se habían percatado de su presencia. El reglamento dictaba que tras el primer parón deberían llegar los temidos bises, y ella, entre aliviada por el hecho de que lo peor había pasado, y angustiada por la inevitable llegada en tromba de los hits más vomitivos, apuró el breve descanso como si de delicioso maná se tratase, exprimiendo aquellos escasos segundos de silencio como si su vida dependiese de ello. Y aunque durante todo lo que llevaba de concierto hubiese evitado mirarle directamente, con la infantil esperanza de que si no le veía, no existía, él permanecía allí, invisible a las miradas de las cuatro mil almas vacías que llenaban el recinto, clavando sus negros ojos en ella, con aquella cruel sonrisa, mas socarrona si cabe, agazapado bajo el ala de su sombrero de copa.

Los neones volvieron a cobrar vida, lo que anunciaba la vuelta del nauseabundo espectáculo, y ella olvidó momentáneamente aquella escalofriante presencia para centrarse en sobrevivir al último y temible asalto. Tal vez por inesperado, no vio venir las primeras grietas en la estructura de Matrix, pero todo empezó a desquebrajarse a partir de que el hielo seco empezase a inundar el escenario en forma de densa neblina. Los tres eternos «la» rompieron la barrera del sonido y alguna que otra neurona del respetable, al tiempo que los inevitables «do-do-sol» que siempre deberían acompañar a los primeros hicieron acto de presencia. La cadencia se repitió, sacándola del sopor narcótico al que se había abandonado con el fin de soportar la tortura final, y sobre el escenario se personaron la banda al completo, exceptuando al objeto de deseo generalizado, para marcarse una versión, aunque acotada en el tiempo y de estilo libre, todo hay que decirlo, del eterno Highway To Hell. Te cagas,…

Ver disfrutar como no lo habían hecho hasta ese momento al comedido guitarrista, observar como el bajista tenía cara y ojos y estaba gozando de su minuto de gloria, saborear la imagen de la apocada corista emulando al malogrado Bon Scott, mientras los cascotes de Matrix empezaban a caer a su alrededor, fue la confirmación de que el trágico final se acercaba. Al final de la fiesta se unió Carlos Roberto, que por aquél entonces, para ella, empezaba a ganarse el derecho de gozar de nombre propio. Remataron en conjunto el tema, bajo su atenta mirada y cierto desconcierto por parte del público asistente, que se afanaban en buscar en San Google a qué disco del venezolano pertenecía esa extraña canción. Y mientras la banda se recuperaba del aumento de revoluciones experimentado, llegó la bomba, en forma de speech y de la boca de Carlitos, que acabó por dinamitar los cimientos de Matrix…

«Claro que sí, un poquito de Rocanrol sabrosón!!! Saben?, este estilo de música es la que yo solía escuchar de niño, a los 8 o 9 años, a todo volumen en mi habitación, y no vean la cara que ponían mis papás cuando lo hacía,…AC/DC, Kiss, para los momentos más tranquilos Guns n’Roses, Megadeth,…
Pero cuando me presenté en la discográfica
me dijeron, «ahhh no, tu eres latino, tú no puedes hacer está música, esto lo hacen los yankees, los europeos,… Tu tienes que cantar esto otro, que te encaja más como latino que eres». Y aquí estamos, presentando mi música a todos ustedes,…» 

Mientras los cascotes de Matrix empezaban a caer a su alrededor, y el extraño cochero seguía a lo suyo, está vez haciendo equilibrios con imaginarios platos voladores sobre inexistentes palillos, o lanzando al aire inexistentes mazas de malabarista sin que aquella sádica sonrisa abandonase su cara, su mundo y en todo lo que había creído hasta entonces empezaba a seguir los pasos de la  terrible máquina, que ya no tenía claro si era alimentada por toda la humanidad, o si servía de alimento a la misma,…

Por su edad, no era descabellado que Carlos Roberto Baute, ahora lo veía como un igual, no como un suplicio, pasase sus tardes de niñez soñando con emular los riffs de Angus, alucinando con la vistosidad de Kiss, rondando a las chicas emulando el sensual culebreo de AXL en sus buenos años. Además, para más inri, ese cuarto grupo en discordia,… Joder, Baute, di Metallica, Metallica!!!! Quien cojones conoce a Megadeth? Cuántas camisetas de Mustaine y compañía se pueden encontrar por el Zara o Bershka de turno? Ni una, Carlos, ni una,… Joder, tío, Metálica, Iron Maiden, si me apuras, por el tema de la vistosidad en las camisetas, pero Megadeth?!!!!! Ese dato final dotaba al discurso del cantante-producto de una demoledora presunción de certeza. Metallica, y sueltas que sigues siendo un rockero empedernido, que no te has perdido el último paso de AC/DC por Sevilla, en primera fila en el Metropolitano viendo a Lars y compañía, y que en tu próximo trabajo va a haber una sobredosis de guitarras, y todos felices. Pero no, tuviste que mentar a los putos Megadeth, que fuera del círculo metálico, no los conoce ni el tato,..

Absorta en sus pensamientos, mientras la música hacia tiempo que había vuelto a sonar, rematando la fiesta con los clásicos más nauseabundos, coreados a pleno pulmón por las empapadas féminas, ella permanecía en trance, sola rodeada de una bulliciosa multitud que a sus ojos había desaparecido y enmudecido por completo. Solo él, aquel odioso cochero, parecía mantenerse a flote, surfeando entre los inertes cascotes de una Matrix que estaba dando sus últimos coletazos. Visiblemente divertido, como adivinando la tormenta interior que amenazaba con derrumbar los pilares mentales sobre los que había construido su vida, el misterioso personaje parecía urgirle a que siguiese indignado, tirando del hilo, en aquella loca carrera hacia la autodestrucción en la que se hallaba inmersa.

Por qué, empezó a recapacitar, si lo que había confesado Carlos Roberto Baute Jiménez en aquel momento era cierto, porqué no creer que ese mismo camino era el que muchos de los músicos actuales se habían visto obligados a tomar, el abandonar sus gustos e ideales e hipotecarse a la sana costumbre de tener un plato de comida asegurado en la mesa?  Y si esa senda existía, cuantos de sus adorados músicos la habían recorrido a la inversa, manufacturado música, poses e ideales en los que no creían? Y si todos sus héroes de niñez no fuesen más que un producto, manufacturado y precocinado, creado ad hoc a medida de lo que ella creía habían sido sus gustos?

Y si las rosas habían sido de plástico, las pistolas de fogueo, si se le habían colado en el cerebro y tatuado a fuego sus melodías a base de repeticiones continuas previo pago de la discográfica de turno?; y si el gato negro no había sido más que un animal de compañía, domesticado por cualquier directivo buscando algún oscuro fin?; y si, retrocediendo más en el tiempo, aquella tonadilla de teclados que servía de banda sonora a aquel videoclip tan vistoso, en blanco y negro, ideal para una mente de niña que empieza a despertar, no había sido mas que otra de las lecciones que alguna oscura y oculta escuela había lanzado para que quedase grabada en su memoria?,…En definitiva, y si toda aquella rebeldía juvenil que ella había creído vivir no era más que un traje a medida, para ella y para otros tantos como ella, confeccionado por …. por quién? Quien andaba detrás de todo eso? Y con qué oscuro fin?

Con la sádica mirada del cochero clavada en sus ojos, invitándola con gestos a que siguiese con sus razonamientos, divertido ante lo que era el derrumbe de todo en lo que ella había creído cierto, las dudas sobre el pasado se trasladaron al presente, y la certeza de que todo lo que habla vivido aquella mañana, la exaltación de la música sin ataduras, el formar parte de un colectivo que no se dejaba manejar por modas y tendencias, se hizo carne. Quien ponía la mano en el fuego ahora y negaba que todo el negro circo organizado aquella misma mañana no fuese más que un falso y controlado divertimento, una opaca ventana por la que engañados incautos como ella creyesen estar divisando y apoyando una manipulada «escena», que no buscaba más que lo que se guardaba en el interior de su cartera? Quien podía seguir creyendo que el fin último de unos y otros no fuese seguir exprimiendo a las crédulas y cada vez más exhaustas vacas, adormecidas y embotadas por la dulce cantinela del apoyo a una causa que nunca fue suya?

Sin un pasado sólido en el que apoyarse, con un presente tan controlado como falso, la idea de que el futuro era algo que no quería descubrir se instaló en su cabeza, máxime cuando en esos momentos sonaba de fondo la sesión del DJ de turno, contratado para la ocasión. Sin duda, aquello, fuese lo que fuese lo que el buen muchacho estuviese haciendo bajo sus enormes cascos, era la representación de que la MÚSICA había desaparecido de la Tierra, si es que en algún momento llegó a habitar en ella. El sello que lacraba la carta de un futuro que ella había decidido no abrir nunca,…

Levantó la mirada y, antes de abandonar el lugar, echo un último vistazo al cochero loco, que por aquél entonces se había colocado cómicamente unos cascos de DJ, al lado del original, y permanecía ocupado intentando desmontar las creencias de otro incauto asistente a la caída de Matrix, y aprovecho su despiste para dirigir sus pasos a la salida .

Cargó sobre sus hombros lo que quedaba del otrora fastuoso carruaje, y arrastrando sus despojos, comenzó a recorrer la oscura senda que conducía a su casa, que no hogar, como recordaba haber coreado en un pasado que ahora parecía irreal, repitiendo las palabras de uno de sus múltiples héroes con pies de barro. El silencio, denso, cálido y acogedor, la acompañaba en su lento caminar, y por primera vez en mucho tiempo, lo palpó y se dejó mecer por él, libre de todo sonido, de toda música, que distrajese sus pensamientos. Y después de muchos años, no entendía el porqué, se sintió en paz.

Tras horas, días, o simples segundos de caminata y reencuentro consigo misma, llegó a su casa, que no hogar y, agotada, subió una a una las escaleras, segura de que nadie la esperaba arriba. Antes de dejar caer a plomo su dolorido cuerpo sobre la cama, decidió que era el momento perfecto para desenchufarse de Matrix, y, cuidadosamente, presionó el botón de expulsión en su equipo de sonido. Lentamente, la boca del monstruo, por la que ella llevaba eones alimentándose, vómito el CD que había estado escuchando durante aquellos días. Con parsimonia, saboreando el momento, introdujo cuidadosamente el trozo de plástico en la caja que le daba cobijo y lo archivó en una de las infinitas pilas de hermanos suyos que decoraban su habitación. Tal vez mañana fuese un buen momento para empezar a pensar en un cambio de decoración. Para acabar, de un enérgico tirón desenchufo el cable que alimentaba a la bestia, viendo como poco a poco, los varios botones luminosos iban pereciendo , llegando la oscuridad total,…

Cuando se dirigía a la cama, al pasar ante el alto ventanal, no pudo evitar adivinar una figura familiar tras los cristales, sentado en el banco frente a su casa. Entre intrigada y asustada, descorrió la cortina que ocultaba su figura y abrió la ventana, dispuesta a enfrentarse a él y a sus miedos. Descubrió al cochero loco algo cambiado, con una mezcla en la cara de cansancio y abatimiento. La maléfica sonrisa que ella recordaba había mudado en triste mueca de desesperanza. No sabía explicarse el porqué, pero empezó a invadirla una sensación de pena hacia aquella triste figura que hasta ese momento no había experimentado. Se había quitado el sombrero y lo había dejado en el suelo, y con más ganas que arte se afanaban en imitar a un director de orquesta, mientras varios grillos y demás animales de la noche se oían a sus espaldas. Cobijado en el silencio absoluto que reinaba en el ambiente, apenas roto por lejanos cantos y reclamos animales unido al crepitar de las hojas con las primeras brisas de la mañana, su partener en aquella negra jornada daba la impresión de que necesitase incluso más que ella abandonarse a la sanadora paz que el silencio reinante traía consigo.

La imagen le produjo tristeza y enterneció a partes iguales, cayendo en la cuenta de que hasta la más inmunda de las criaturas podía albergar algo de corazón. Se afanaba en mover los brazos y aquella imaginaria batuta a la vez que multitud de grillos, pequeños ratoncillos y alguna que otra lechuza aumentaban el volumen de sus reclamos, creando una desafinada melodía de sonidos salvajes y sin orden ni concierto, a la par que el viento iba ganando fuerza y azotaba con más ganas las copas de cercanos árboles. Con aquella mueca de tristeza en la cara, y el sombrero de copa boca arriba abandonado en el suelo, la escena cada vez se le antoja más triste y melancólica.

El cada vez más ensordecedor grillar, el siseo de cientos de pequeñas serpientes y el ulular de varias decenas de lechuzas rompían el silencio de una noche sin luna, solo iluminada por los ojos de aquellos animalitos que poco a poco salían de sus escondites, arremolinándose a los pies del cada vez menos triste cochero. Éste, sin dejar su papel de director de aquella improvisada orquesta, no cesaba en su empeño de guiar los pasos y cantos de la multitud animal, con movimientos cada vez más enérgicos y rápidos. Poco a poco, a la vez que aquella fauna salida de la nada iba entrando en su misterioso sombrero de copa, ella pudo contemplar aterrada como la mueca de tristeza del cochero tornaba en la temible y conocida de sobras sonrisa que, por desgracia, tan fresca tenía en su memoria. Rematando la suite, llegando al momento álgido del movimiento, el grande finale de la obra que interpretaba su misterioso compañero de viaje durante aquel fatídico día, llegó cuando éste, una vez engullidos todos los animales por la mortal chistera, de un rápido movimiento la recogió del suelo y volvió a colocársela sobre la cabeza.

«The Show Must Go On, pequeña», le soltó a quemarropa, dirigiéndole una de aquellas terroríficas miradas que le helaban la sangre. «The Show Must Go On,…»

«Hijo de puta,….«

Abatida, se retiro de la ventana, cerrándola a cal y canto, aún a el riesgo de que el infernal calor que estaba derritiendo sus entrañas acabase por incendiar el resto de la estancia y convirtiese la habitación en su propia pira funeraria. Ese mismo calor que adorna las traicioneras noches de septiembre, que se resiste a morir dando los últimos y mortales coletazos. Cabizbaja, dirigió sus cansinos pasos hacia la cama, no sin antes observar de reojo como el equipo de música había retornado a la vida, misteriosamente conectado de nuevo a la corriente, y esperaba con las fauces abiertas a que ella volviese a introducir un CD, para alimentarle, para alimentarse ella,…

«Hijo de puta,…«

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